Laguna
Seca floreció días tras operación enemiga en La Montañona en Octubre de 1981
Por Armando Salazar
SAN SALVADOR - Fue esencialmente una comuna.
La empujada materialización del idealismo de las relaciones humanas, con sus
pobrezas materiales, pero teníamos agua, braseros, sol y viento de sobra.
Alguna cosecha, caminos de piedras que rodeaban su iglesia roída por la represión.
En La Laguna Seca se escribió y se selló un pacto indisoluble entre los
jornaleros y su fuerza política acicalando la gestación de su propia y modesta
guerrilla. Su fortaleza no eran las armas ni el protector cerro El Talzate,
sino los místicos huevos morales de toparse con la bestia enemiga. No ha
existido otra explicación.
La
Laguna Seca, que le decimos, fue una especie de aldea espiritual, surgida de
sus adobes y calles, sus manantiales, de habitantes de bien, sencillos,
honestos, con ropas casi llegando a su humanidad, produciendo alimentos, sus
manos en trabajos artesanales y preparándose a conciencia para la continuidad
de la vida, que era una guerra por conocer.
Paradójicamente,
La Laguna Seca floreció pocos días después de la fantasmal operación enemiga
sobre La Montañona en Octubre de 1981. Roto el cerco militar el 5 de octubre,
mujeres, niños, ancianos y guerrilleros asomaron a El Conacaste: exhaustos, sin
probar bocado por días, calados en sus cuerpos por la lluvia intensa de agua,
morteros y con los pies destrozados por llagas a sangre viva.
El
equipo fundacional de La Farabundo ingresaba pocas semanas después por las
veredas de La Montañita y otras rutas, para iniciar el primer taller de
corresponsales de y en guerra y la planificación del trabajo de información y
propaganda de la Organización. El viento soplaba sobando el respaldo del cerro
El Talzate, una pronunciada elevación de pinos que nos protegía de la
artillería y de los bombardeos de la aviación.
Los
incesantes tiros parabólicos desde el cuartel La Sierpe, con morteros 120 mm y
cañones 105 mm, se iban de paso o caían en el pecho sur de El Talzate. Solo
escuchábamos el silbido tenebroso de la enorme carga explosiva y el estruendo
expansivo. Ni los pilotos de la fuerza aérea tenían huevos de hacer picadas con
sus Fouga Magister sobre La Laguna, para no quedar trabados e incendiados en el
copete de la pinera.
Atardecía
uno de los primeros días de enero de 1982 y parecía que el sol incendiaba las
despeinadas mechas de jaraguá entre El Picacho y El Talzate. El perfil de la
serranía hacía un corte en el portillo de la vereda. En esos momentos, en esa
vena de la naturaleza, irrumpía como primigenia hojarasca la columna del
Destacamento 1 de las Unidades de Vanguardia. Venían con éxito de la “tarea” de
San Fernando, la primera operación de asalto militar de las UV.
La
guerrilla chalateca estaba retomando la iniciativa táctica y estratégica,
porque todo el 81 fue de guindas y preservar las fuerzas frente a las grandes
invasiones militares.
En
la vereda que desciende en diagonal, los hijos de la pobrería los esperaban con
ansiedad. La columna gritaba a todo pulmón “UV, UV, UV” y cargaban en sus
hombros la primera gran requisa de armas y municiones para armar de fusiles a
otro pelotón. Contenido de emociones, el chele Dimas y Chamba, entre el tumulto
de gente, esperaban en el empedrado frente a la iglesia y el Negro Hugo
finalmente rendía parte al frente a su tropa: se confirmaba futuro.
Los
sobrevivientes del Sumpul, compañeras, niños descalzos y curiosos, hacían un
remolino viendo y tocando los pantalones de sus guerrilleros en formación
militar, que cantaban con certidumbre “Se alza ya nuestra roja bandera…”
En
esos días en la comuna, por sectores, igual hacían vida familias campesinas y el
Poder Popular Local PPL, los pelotones guerrilleros, los talleres de explosivos
y armerías, los talleres de sastrería, refacción de zapatos, de logística y
abastos, sanidad militar, el mando, la dirección del partido (la DZ), la
escuela política y las milicias. Todo mundo circulábamos en los empedrados. Con
Luciano, Haroldo, Nicolás, Ricardo y Jacinto hacíamos tertulias nocturnas, se
charrangueaban guitarras, se cantaban las canciones del BPR y de FECCAS-UTC (la
del “el 24 de diciembre”, las siete llaves, la milonga del fusilado, carabina
30-30…) y hasta el padre Tilo Sánchez llegaba a dar misa, a casar jóvenes
calenturas y a bautizar cipotes nacidos bajo el fuego de morteros y guindas.
En
el encaje que bajaba de El Talzate brotaban manantiales y los compas, con varas
de bambú, habían hecho duchas donde todo mundo se bañaba sobre los peñascos.
Nosotros chequeábamos y contra-chequeábamos la hora de baño para coincidir con
algunas compañeras, guapas e inolvidables jovencitas que con naturalidad solo
conservaban los chulupacos en
la enjabonada: literalmente, una amenaza de muerte
espiritual.
En
esos instantes volvía la discusión de si el sexo o la lucha de clases era el
motor de la historia. Bajo esas aguas, seguro, Marx y Freud, se sentarían
inconfesos sobre las peñas y bajo los manantiales de El Talzate, para disimular
la discusión de hechos o teorías… esperando pacientemente el turno.
“Más jala un calzón
que una yunta de bueyes”, se decía con profunda sabiduría guerrillera.
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