martes, 27 de noviembre de 2012

El encanto de La Laguna Seca. Sábado, 06 Octubre 2012

Laguna Seca floreció días tras operación enemiga en La Montañona en Octubre de 1981
Por Armando Salazar 

SAN SALVADOR - Fue esencialmente una comuna. La empujada materialización del idealismo de las relaciones humanas, con sus pobrezas materiales, pero teníamos agua, braseros, sol y viento de sobra. Alguna cosecha, caminos de piedras que rodeaban su iglesia roída por la represión. En La Laguna Seca se escribió y se selló un pacto indisoluble entre los jornaleros y su fuerza política acicalando la gestación de su propia y modesta guerrilla. Su fortaleza no eran las armas ni el protector cerro El Talzate, sino los místicos huevos morales de toparse con la bestia enemiga. No ha existido otra explicación.

La Laguna Seca, que le decimos, fue una especie de aldea espiritual, surgida de sus adobes y calles, sus manantiales, de habitantes de bien, sencillos, honestos, con ropas casi llegando a su humanidad, produciendo alimentos, sus manos en trabajos artesanales y preparándose a conciencia para la continuidad de la vida, que era una guerra por conocer.


Paradójicamente, La Laguna Seca floreció pocos días después de la fantasmal operación enemiga sobre La Montañona en Octubre de 1981. Roto el cerco militar el 5 de octubre, mujeres, niños, ancianos y guerrilleros asomaron a El Conacaste: exhaustos, sin probar bocado por días, calados en sus cuerpos por la lluvia intensa de agua, morteros y con los pies destrozados por llagas a sangre viva.


El equipo fundacional de La Farabundo ingresaba pocas semanas después por las veredas de La Montañita y otras rutas, para iniciar el primer taller de corresponsales de y en guerra y la planificación del trabajo de información y propaganda de la Organización. El viento soplaba sobando el respaldo del cerro El Talzate, una pronunciada elevación de pinos que nos protegía de la artillería y de los bombardeos de la aviación.

Los incesantes tiros parabólicos desde el cuartel La Sierpe, con morteros 120 mm y cañones 105 mm, se iban de paso o caían en el pecho sur de El Talzate. Solo escuchábamos el silbido tenebroso de la enorme carga explosiva y el estruendo expansivo. Ni los pilotos de la fuerza aérea tenían huevos de hacer picadas con sus Fouga Magister sobre La Laguna, para no quedar trabados e incendiados en el copete de la pinera.

Atardecía uno de los primeros días de enero de 1982 y parecía que el sol incendiaba las despeinadas mechas de jaraguá entre El Picacho y El Talzate. El perfil de la serranía hacía un corte en el portillo de la vereda. En esos momentos, en esa vena de la naturaleza, irrumpía como primigenia hojarasca la columna del Destacamento 1 de las Unidades de Vanguardia. Venían con éxito de la “tarea” de San Fernando, la primera operación de asalto militar de las UV.

La guerrilla chalateca estaba retomando la iniciativa táctica y estratégica, porque todo el 81 fue de guindas y preservar las fuerzas frente a las grandes invasiones militares.

En la vereda que desciende en diagonal, los hijos de la pobrería los esperaban con ansiedad. La columna gritaba a todo pulmón “UV, UV, UV” y cargaban en sus hombros la primera gran requisa de armas y municiones para armar de fusiles a otro pelotón. Contenido de emociones, el chele Dimas y Chamba, entre el tumulto de gente, esperaban en el empedrado frente a la iglesia y el Negro Hugo finalmente rendía parte al frente a su tropa: se confirmaba futuro.

Los sobrevivientes del Sumpul, compañeras, niños descalzos y curiosos, hacían un remolino viendo y tocando los pantalones de sus guerrilleros en formación militar, que cantaban con certidumbre “Se alza ya nuestra roja bandera…”

En esos días en la comuna, por sectores, igual hacían vida familias campesinas y el Poder Popular Local PPL, los pelotones guerrilleros, los talleres de explosivos y armerías, los talleres de sastrería, refacción de zapatos, de logística y abastos, sanidad militar, el mando, la dirección del partido (la DZ), la escuela política y las milicias. Todo mundo circulábamos en los empedrados. Con Luciano, Haroldo, Nicolás, Ricardo y Jacinto hacíamos tertulias nocturnas, se charrangueaban guitarras, se cantaban las canciones del BPR y de FECCAS-UTC (la del “el 24 de diciembre”, las siete llaves, la milonga del fusilado, carabina 30-30…) y hasta el padre Tilo Sánchez llegaba a dar misa, a casar jóvenes calenturas y a bautizar cipotes nacidos bajo el fuego de morteros y guindas.

En el encaje que bajaba de El Talzate brotaban manantiales y los compas, con varas de bambú, habían hecho duchas donde todo mundo se bañaba sobre los peñascos. Nosotros chequeábamos y contra-chequeábamos la hora de baño para coincidir con algunas compañeras, guapas e inolvidables jovencitas que con naturalidad solo conservaban los chulupacos en la enjabonada: literalmente, una amenaza de muerte espiritual.

En esos instantes volvía la discusión de si el sexo o la lucha de clases era el motor de la historia. Bajo esas aguas, seguro, Marx y Freud, se sentarían inconfesos sobre las peñas y bajo los manantiales de El Talzate, para disimular la discusión de hechos o teorías… esperando pacientemente el turno.

Más jala un calzón que una yunta de bueyes”, se decía con profunda sabiduría guerrillera.

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